Contra el vaciamiento del INCAA
El canallesco “informe” de Eduardo Feinman en la mesa de Fantino sobre la corrupción en el INCAA fue, en sí mismo, un acto de corrupción. Corrupción, sobre todo, de las imágenes y de los sonidos. Esta miserable opereta nos muestra por qué el cine sigue siendo imprescindible, en contra o más allá de la televisión. El cine es la posibilidad de otra relación con las imágenes y con su montaje. Justamente, la palabra “montaje” puede denotar tanto una operación falsa, un engaño, como un principio superior de construcción artística. En la TV, el concepto de montaje suele ser casi siempre el de montaje como engaño. Los vertiginosos tiempos de la TV exigen, en cambio, “edición”, cual picadora de carne que todo lo rebana. En el cine, el montaje es otra cosa, es un momento fundamental del proceso cinematográfico, un verdadero oficio al que muchas personas le dedican su vida (la escuela de cine del ENERC cuenta con una carrera solo dedicada a la enseñanza del montaje).
Esta operación mediática fue un ataque o una afrenta de la TV en contra del cine, con el cual la televisión siempre ha guardado relaciones conflictivas. Por supuesto, desde que apareció la TV han habido contagios, mixturas, yuxtaposiciones, influencias benignas, entre un medio y otro. Cada tanto, como hoy, la oposición entre TV y Cine se muestra irreconociliable. Basta ver cómo ese comisario mediático de pacotilla, Eduardo Feinman, equivoca al aire los nombres y las fotos insertadas de los denunciados, como si no tuviese importancia quién es quién, mostrando un total desprecio por el cuidado de las imágenes. La TV es capaz de toda clase de bajezas, en vivo y en directo, poniendo su arsenal tecno-comunicacional al servicio de la destrucción sumaria del otro, sin derecho a réplica, destrucción que hoy se reproduce, rizomáticamente, a través de las redes sociales. El cine, en cambio, es la posibilidad (muchas veces realizada) de un cuidado amoroso y delicado de las imágenes. El cine exige unos tiempos, una atención y una disposición afectiva que la TV directamente desconoce y degrada. Las mejores películas son muchas veces las que eligen no mostrar, gesto que la TV ni siquiera concibe.
No es extraño entonces que el gobierno actual apele al goce paranoico que suministra la TV para “des-montar” al cine nacional y a sus instituciones fundamentales. Primero, porque es un gobierno que le debe mucho a la propaganda televisiva y que ha llegado al poder, en buena medida, trajinando los sets de televisión. En segundo lugar, porque al gobierno actual el campo cultural le resulta algo completamente ajeno, por eso lo manosea con torpeza y sueña con privatizarlo. No es el único campo que al gobierno le es ajeno y que sin embargo manosea con la incompetencia de un aprendiz de cirujano. En el conflicto con la educación pública y con el CONICET, por nombrar solo dos casos, se repite lo mismo.
Tal es la falta de cuidado de nuestros salvajes gobernantes que el ministro de cultura, asesorado por un think tank neoliberal llamado FIEL (supongo que por su fidelidad inclaudicable al ideario idiota del libre mercado) ha destruido a uno de los propios (Cacetta) para así paralizar a toda la estructura del INCAA. ¿Qué es posible esperar de un gobierno que devasta a sus propios CEOs, que los despide tratándolos como al más insignificante de sus empleados, con tal de avanzar en sus objetivos? Cabe esperar lo que está ocurriendo: una inédita movilización de todo el campo cinematográfico nacional en contra de unas operaciones mediáticas que producen espanto y que nos hacen desear ver y hacer más películas.