Notas sobre el modernismo reaccionario

¿Qué fue el holocausto? O más bien, deberíamos preguntar, ¿cómo fue posible el holocausto? tratándose de la mayor catástrofe humana que haya germinado la modernidad debemos también preguntarnos qué tan lejos estamos de aquélla catástrofe. Es que el exterminio nazi no fue un islote de terror e irracionalismo, sin ligazón alguna a un pasado o a un contexto epocal preciso. Por el contrario, lo atroz del holocausto, y aquello por lo que nos sigue interpelando más allá del horror moral, es la puesta en evidencia de una lógica tanática al interior del mismo proceso racionalizador y modernizador del capitalismo occidental.

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Alemania, a pesar de su poco desarrollo económico y político en comparación con otras potencias europeas, era un país y una cultura fuertemente atravesadas por el ideario tecnificado, moderno y burgués, con la ambición de ocupar un lugar central en la diagramación del poder mundial. Sendas revoluciones industriales habían penetrado el territorio Alemán. Aunque simultáneamente, se ve nacer al romanticismo, la «jerga de la autenticidad», al decir de Herf, y la desconfianza hacia la Ilustración. Comenzaba a gestarse, así, una batalla entre Tchnik y Kultur, entre la mecanización de la existencia y social y el rescate de los viejo valores «auténticos» ligados a la tierra y al Volk.

Sin embargo, el fuerte golpe que implicó la derrota de la primera guerra mundial dejó al país deprimido, herido y resentido. La república de Weimar ve desarrollarse en su seno el más amplio de los espectros poíticos. Desde el comunismo, pasando por la socialdemocracia, el liberalismo y movimientos extremistas de derecha como el Nazismo. La república de Weimar fue un espacio de revisión y de experimentación política, debido a la incertidumbre y la caída de la confianza de Alemania en sí misma. Los intelectuales derechistas atacaron a Weimar por ser responsable de la humillación Alemana frente al mundo. Las consiguientes depresiones económicas contribuyeron a la desestabilización del régimen y a la aparición de nuevos extremismos. En esos años floreció aquélla corriente englobada por Herf bajo el nombre de «modernismo reaccionario». Ideología nacionalista y sin embargo antirrepublicana que propugnaba una cierta revitalización de la política, aquéllos que, pretendiendo combatir la grisácea vida burguesa, terminaron por producir «la zona gris» del campo de exterminio.

La base social del modernismo reaccionario era la clase media alemana (Mittelstand), compuesta por pequeños y medianos agricultores, empleados y profesionales. Clase social que se veía amenzada por dos frentes: por un lado la concentración de poder del gran capital, los Jünkers, y por el otro el avance de los trabajadores sindicalizados cada vez más radicalizados. A pesar de se sesgo «modernizador», el modernismo reaccionario se fundaba sobre el temor y el conservadurismo, ya que luchaban por la permanencia de una estructura social rígida. La salvación frente a esta encrucijada provenía de la reificación del Estado como institución total, capaz de mantener el orden por encima de la lucha de clases. La única lucha existente era la lucha de razas, y el Estado era el escenario dirigido por el más fuerte.

El enemigo era el desencantamiento del mundo y la pérdida de alma, entendiendo esto como el ocaso de los valores orgánicos premodernos que regían las relaciones tradicionales. Había que revolucionar el mundo para volver a lo viejo, a lo que había quedado atrás, en una singular simbiosis con la técnica y la organización de masas moderna. La filosofía vitalista había prendido fuertemente en estos intelectuales de derecha, entendiendo la vida en un sentido biológico, impulsivo, no mediado sino por la exaltación de una descarga emotiva y una voluntad de poderío insaciable. Spengler, Jünger, Sombrat, Schmitt, todos ellos querían ver el viejo orden restaurado, reaparecido, con las armas de la racionalidad técnica, contruyendo un fantasma de hierro, mantenido unido por la «comunidad de la sangre». Este espíritu sostenía una idea de la vida contra la razón, considerada como decadente y carente de fines elevados. Sin embargo, este ideario pretendidamente nietzscheano, amoral, esteticisticamente estatizante o estatizantemente esteticista, sólo sirvió, como observaba Benjamín, para los fines propios de la racionalidad occidental capitalista: la conquista, el imperialismo, la abolición de la alteridad y de la individualidad mediante la enajenación, donde la máquina y lo humano eran nuevamente cosificados, esta vez en nombre de la estética de la violencia, la sangre, y la vida biológica. Como planteaba Lukács, se trataba de una ideología deudora de la reificación tecnológica capitalista, abstrayéndola de las relaciones sociales que la hacen funcionar. Según Benjamín, en su polémica contra los modernistas reaccionarios, en su artículo Teorías del fascismo alemán, Jünger «no estaba haciendo otra cosa que una traducción libre de los principios del arte por el arte mismo al campo de la guerra». Así, el nazismo representa el punto culminante del idealismo alemán. A pesar (o debido) a su pretendido basamento en fundamentos vitalistas, el modernismo reaccionario termina en una metafísica de la guerra a través de la movilización total.

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Aquí hay que reconocer una profunda y singular ligazón entre técnica y religión, modernismo y espíritu pastoril. La «vida» como impulso vital misterioso e irrefrenable venía a ocupar el lugar del alma, la historia era la contracara de la naturaleza. Las relaciones sociales y económicas eran fenómenos soslayados.  Lo que Marcuse llamará luego «velo tecnológico», la tecnología autonomizada desligada de las relaciones sociales, era la base de sustento de una metafísica racista biotecnológica.

Así, siguiendo a Mosse, el fascismo y el nazismo fueron los emergentes de una «religión secular», donde la liturgia religiosa tradicional era reemplaza por el culto a la Nación, al Pueblo y al Estado, forjando una teocracia de nuevo cuño. El nazismo representa un profundo momento de crisis donde la humanidad sufre profundamente la inserción enajenante de la técnica mediante el distanciamiento entre los seres humanos, fenómeno típico de la experiencia urbana moderna. Sin embargo, en la técnica, dice Benjamín, «no ha de verse un fetiche del hundimiento, sino una llave para la felicidad». Así, al decir agónico y visionario de Bejamín, la problemática fundamental que subyace al discurso de estos «bocones fetichistas» era la fallida inserción de la técnica en el marco de unas relaciones sociales que aún no estaban preparadas para su advenimiento: «No es en realidad más que la terrible y última oportunidad de corregir la incapacidad de los pueblos de reestructurar sus relaciones de manera tal que les sea posible reinsertarse en la naturaleza gracias a sus medios técnicos. De fracasar esta corrección, millones de seres humanos serán corroídos y destrozados a gas y hierro, eso será inevitable».

Puede pensarse que la «nueva política» era deudora del concepto rousseauniano de «voluntad general», donde todos los intereses individuales quedaban reducidos y límitados por la abstracción de una «voluntad general» que podía encarnarse en el Estado. El nuevo culto era el del pueblo hacia sí mismo como Todo indisociable organizado por un gran Estado autoritario. Por ello, es errado hablar de «totalitarismo» ya que las masas, como dijo Reich, «desearon al fascismo». La clave no estaba en el uso del terror, sino en el proyecto de una re-ligazón de los sujetos mediante una metafísica de la nación y el culto a sus mitos. Se trata de un fenómeno proveniente del nacionalismo de masas desarrollado durante todo el siglo XIX.

Estos mitos nacionales venían a dar alivio a los sujetos fragmentados y desencantados que emergen a la caída de los lazos tradicionales bajo la égida de la industrialización que resignifica y atraviesa toda experiencia humana. La revolución francesa ya inauguraba el rito secularizado, donde los símbolos y la liturgia nacionales reemplazaban al culto religioso. Sin embargo, en el nacionalismo, esta mitificación se convierte en una borradura del pasado histórico de los pueblos y de los hombres, intercambiándolos por el ideal de un futuro armónico y comunitario sin un sustento real en la transformación de las condiciones de existencia. Así, el nazismo es caracterizado por Mosse como de naturaleza esencialmente religiosa. El nazismo no necesitaba del Terror para ser efectivo, si bien lo utilizó para perseguir a los disidentes y así instaurar una auténtica teocracia secular. Las fiestas ciudadanas borraban la distinción entre el Estado y el pueblo: Volk, Fhürer y Reich debían amalgamarse en una unidad suprahistórica. Los actos de masas fascistas y Nazi apelaban a la emoción estética, al sentimiento oceánico de la unidad, y sin embargo, no intencionaban un éxtasis dionisiaco a la manera nietzscheana, sino que poseían una fuerte impronta rígida, imponente, monumental, y disciplinaria. Había que hacer sentir la necesidad orgánica de la organización disciplinar. Una cierta impresión de belleza apolínea dominaba la estética nazi, encubriendo o más bien posibilitando el desastre por venir. Los cultos nazis procedían de la tradición cristiana, lo cual recuerda al concepto de poder pastoral utilizado por Foucault para analizar los orígenes del biopoder.

No es posible coincidir aquí con la apreciación de Jeffrey Herf en cuanto a que el nazismo es sólo un subproducto de la cultura alemana y no un resultado particular de la racionalidad moderna. Fue precisamente Foucault quien supo darle un amplio marco comprensivo al exterminio nazi y a su fría pasión racial.

El poder europeo, capitalista e imperial decimonónico se hace cargo de lo biológico, es el nacimiento de la biopolítica, donde el Estado descubre un nuevo terreno problemático y de acción: las variables que rigen los fenómenos de población: natalidad, mortandad, la enfermedad, la producción. El Estado capitalista descubre la necesidad técnica de regular todos estos fenómenos biológicos si es que desea continuar con su reproducción ampliada y mantener con vida y también potenciar la fuerza de trabajo que vende el propio trabajador.

El biopoder se sustenta sobre la base de la preservación y optimización de la vida. Ese es su objeto y su único horizonte. La muerte representa sólo un dato negativo frente al cual hay que implementar nuevas técnicas de seguridad y regulación poblacional. Esta desmedida capacidad de asegurar la vida científicamente ha llevado finalmente a la capacidad técnica de aniquilar a la propia vida en pos de su preservación Es el caso de la bomba atómica o del genocidio. Es también el caso de la eutanasia, donde surge el debate por los límites de una cierta capacidad técnica absurda que es hasta capaz de mantener vivos en sus funciones vitales elementales a seres humanos prácticamente muertos. Allí el biopoder se vuelve absurdo y autónomo, por fuera de cualquier consideración reflexiva.

¿Cómo es posible que este poder cuya función en preservar, multiplicar y optimizar la vida sea capaz de matar? ¿Cómo es posible que reivindique el derecho soberano de hacer morir? Allí, precisamente, se inscribe el racismo moderno. Es el factor que permite decidir entre lo que debe morir y lo que debe vivir. La muerte del Otro cobra una forma biológica, ya que su aniquilamiento implica evitar que la propia raza quede contaminada de cualquier tipo de elemento degenerativo y dañino que le impida crecer y fortalecerse. Si el biopoder quiere matar debe pasar por el racismo, por la constitución de un Otro enfermo y degenerado al que sea necesario abolir para asegurar la propia seguridad. El judío, el homosexual, el gitano y otros «anormales» ocuparán claramente este papel en el racismo de Estado Nazi. El evolucionismo darwinista posibilitó que el biopoder liberase las más sofisticadas técnicas de exclusión, aniquilamiento, criminalización y normalización en tanto se convirtió en un fuertísimo discurso biopolítico. El nazismo, así, expresa el paroxismo de la biopolítica, revelando así su contracara tanática.

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Este discurso racista, como plantea Hannah Arendt en su propia genealogía del racismo y del totalitarismo, no fue patrimonio exclusivo de Alemania, sino que era se trataba de un discurso ampliamente difundido por toda Europa, desde Gobineau en Francia a Disraeli en Inglaterra.  El racismo Nazi, dice Arendt, «no era un arma nueva ni secreta, aunque jamás había sido utilizada con tal cabal consistencia».El racismo había sido el sustento del imperialismo decimonónico. Lo característico del racismo, la razón por la cual se trataba de un discurso tan poderoso, es que implica una explicación causal y global de todos los fenómenos naturales y humanos. Así, solo dos ideologías habían llegado en ese entonces a la cima de la persuasión de masas: la que interpela a la Historia en nombre de la lucha de clases y la que interpela a las poblaciones por medio de la lucha de razas. El paroxismo racista del nazismo, deudor del darwinismo social, lleva hasta el límite la lógica de la eugenesia. La supervivencia de los más aptos dejaba de ser una cuestión natural que se desarrollaba a espaldas de los hombres para ser una cuestión estatizada (biopoder) para así poder definir «artificialmente» la decadencia, ya no de Occidente, sino del menos apto.

Arendt ve en el racismo un discurso que encubre y posibilitaba la lucha por intereses imperialistas, aunque un discurso completamente incompatible con el humanismo moderno. Una especie de desvío perverso e ideológico con respecto al ideal ilustrado. Sin embargo, como analiza Foucault, cabe poner en cuestión esta fe humanista y abstracta en la modernidad, ya que el racismo fue la manera en que el biopoder ejerció su derecho a la muerte, pero en nombre de la vida óptima. La pregunta por la resistencia al biopoder solo puede llevarnos a replantearnos el basamento material y concreto del humanismo moderno, entendiendo esto como mera «declaración» de principios o derechos, sin tener en cuenta las condiciones inmanentes en que funciona en cada caso una determinada tecnología de poder y como ésta atraviesa las relaciones sociales, interviniendo, planificando y modelando lo humano.

2 opiniones en “Notas sobre el modernismo reaccionario”

  1. Pero qué más había en esta propuesta de masas no totalitaria(por elección del Volk alemán) ?, estoy de acuerdo con esa calificación , pero que de la derrota , la vergüenza, el deshonor cargaran solo con los judíos… hay una brecha …me parece interesante tu análisis pero la desgracia del Nazismo merece la adición de más de una causa y en cualquiera de ellas está INVOLUCRADO el pensamiento alemán mayoritario de 1ª mitad del siglo pasado.

  2. Interesante análisis.
    No obstante es conveniente señalar que una cosa es la descripción de cómo funciona la diversidad biológica y otra cosa es la interpretación que un grupo quiera hacer de esa descripción.
    Es terrible el riesgo de convertir en «adecuadas» determinadas analogías para así poder justificar determinadas decisiones e intereses.
    Resumiendo: Nadie a muerto por ignorar la Teoria de la Evolución pero muchos han muerto porque algunos la malinterpretaron para sus prpios fines.

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