Transacciones repugnantes

Uno de los aspectos más revulsivos de Javier Milei consiste en enarbolar propuestas que nos resultan absolutamente desconcertantes. Milei es un importador de ideas extranjeras -sin ir más lejos, ha importado el paleolibertarianismo estadounidense-, a la vez que un exportador del reciclaje que hace de esas ideas importadas -la entrevista realizada por Tucker Carlson tuvo millones de vistas fuera de Argentina, y hasta recibió el beneplácito de Elon Musk-. Por caso, su propuesta de legalizar la venta y compra de órganos es algo rara vez escuchado por estos lares, pero defendido desde hace años por los libertarios estadounidenses (sin embargo, y muy significativamente, el único país en el que la venta y compra de órganos está legalizada es Irán). En este sentido, y para recurrir también a ideas económicas desarrolladas en las últimas décadas en EEUU, vale la pena detenerse en Alvin Roth, un premio Nobel de Economía que se ha destacado por desarrollar una rama de la ingeniería económica conocida como «market design», uno de cuyos principales campos de aplicación ha sido perfeccionar las logísticas en torno a la donación de riñones. Según Alvin Roth, no todos los mercados funcionan del mismo modo, e incluso existen lo que llama «transacciones repugnantes». Cada época, cada sociedad, considera válidas ciertas transacciones, pero repugnantes, y por lo tanto prohibidas, ciertas otras. Para la Iglesia católica, durante la Edad Media, el préstamo a interés resultaba repugnante. O bien, en la actualidad repugna el comercio de esclavos, cuando hace doscientos años era algo habitual. También el comercio de órganos resulta hoy, a la mayoría de las personas, algo repugnante, lo que no significa que siempre haya de ser así. Aquello que se considera una «transacción repugnante» no permanece inamovible, y varía con las épocas, tal como la variación del gusto, la moral y las costumbres. Pero quizá la fuerza de Javier Milei radique, precisamente, en correr el límite de lo que la sociedad argentina considera repugnante. No solamente en cuanto a la liberalización del comercio de órganos. No solamente en cuanto a la legalización de la compra y venta de niños. No solamente en cuanto a la entera privatización del sistema educativo. Sino también, como en el debate de anoche, en cuanto a proferir, sin culpa ni disimulo alguno, que no hubo treinta mil desaparecidos, y que los crímenes de las organizaciones guerrilleras también fueron delitos de lesa humanidad. La fuerza de Milei, entonces, como la de las derechas que hoy proliferan en todo el mundo, radicaría más bien en su carácter repugnante. Ellas mismas nos repugnan. Ellas mismas constituyen transacciones repugnantes. Pero, en un movimiento de lo mas ominoso, se alimentan de la repugnancia que producen, e incluso la incitan, encontrando así, en las zonas más nauseabundas de la sociedad, sus principales puntos de apoyo. Más que dirigirse al bolsillo -al que Perón definía como la víscera más sensible del hombre-, Milei se dirige al estómago de los argentinos. No precisamente para paliar el hambre, sino para revolver las tripas y así volver más tolerable aquello que hasta ayer resultaba repugnante.

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